Cronografías: arte y ficciones de un tiempo sin tiempo de Graciela Speranza

Fernando Julio Fantín


«Nombrar es bautizar, pero también matar», decía Juan Liscano, el insigne poeta venezolano en la que fuera, tal vez, su obra capital: Nuevo mundo Orinoco. Toda historia convoca un momento inaugural y corteja una concepción más o menos palpable del tiempo. Nombra por cierto el fundador de mitos, el conquistador, el que llega para hacer del mundo, o de una parte del mundo, su propio territorio. «Su verbo arroja dardos, prende hogueras, dispersa la acechanza del silencio» (Liscano 63). Nombrar es de algún modo lastimar la realidad, segarla, dividirla (en el sentido analítico del término) en pos de apropiarnos (de una manera jamás exenta de violencia) de sus recursos o sus fundamentos.

No a otra cosa aspira Graciela Speranza con su último libro. Desde la elocuencia misma del título: Cronografías. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo (Barcelona, Anagrama, 2017), la autora nos invita a un fascinante viaje de descubrimiento y conquista en torno a los sentidos que el arte del siglo XXI podría tener para nosotros. ¿El arte del siglo XXI? Digamos que el arte contemporáneo; sólo que, como muy pronto se nos advierte en el libro, todo arte, a fin de cuentas, es contemporáneo, en la medida que las obras del pasado necesariamente nos interpelan hoy generando sentidos novedosos, complicidades diferentes, evocaciones inéditas. En realidad, lo sabemos desde hace mucho tiempo, una obra artística, cualquiera sea la misma, nunca es creada de una vez y para siempre, sino que es re-creada una y otra vez por la mirada o la experiencia del sujeto que la interpela. Una obra artística, cualquiera sea su lenguaje, es siempre contemporánea en la medida que mantiene intactas sus capacidades de producir sentidos y desarrollar en el espectador, lector u oyente una experiencia verdaderamente subjetiva. Claro que no nos referimos al individuo a secas, al consumidor de arte, a esa especie en auge que la cultura de masas ha hecho emerger en los años sesenta y que las hoy tan en boga industrias culturales celebran y festejan como a un floreciente mercado. Nos referimos a un sujeto en el sentido profundo del término, aquél al que se refiere el filósofo francés Alain Badiou es su obra Teoría del sujeto (2008), que no es otro, en definitiva, que el que alumbra la experiencia subjetiva como una experiencia de verdad, abierta a todas las incertidumbres y a los despropósitos de la situación en la que emerge.

Desde el comienzo mismo, hay que decirlo, el libro de Graciela Speranza pone a dialogar entre sí a las obras y autores más diversos. Mérito de ella, sin dudas, es rehuir deliberadamente de un género de literatura para especialistas que tiende a ordenar el universo del arte como si de una tablilla de Excel se tratara. Todo comienza (porque todo de algún modo debe comenzar) con una conocida pintura de René Magritte (La Durée poignardée) que la autora vuelve a ver en una retrospectiva del Museo de Arte Moderno de Nueva York en el 2013. La pintura, que data de 1938, y que fuera originalmente destinada al coleccionista londinense Edward James, suscita en la autora una aguda reflexión sobre el sentido que la misma podría tener hoy para nosotros, a poco menos de un siglo de su creación y en medio de una crisis social y civilizatoria que nada tiene que envidiar a aquélla otra de vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Pero en el origen de esa reflexión no sólo está la pintura de Magritte sino también su confluencia con la instalación que el joven artista rosarino Adrián Villar Rojas montó ese mismo año (el año de la retrospectiva del MoMA) en Londres para inaugurar la nueva sede de la Serpentine Sackler Gallery, Today We Reboot The Planet. Una colosal instalación hecha a partir de la combinación de materiales orgánicos y perecederos con ladrillos (Villar Rojas y su equipo habían investigado en una fábrica de ladrillos de Rosario las posibilidades que estos tenían para interactuar con diversos materiales), que recrea y convoca un mundo en ruinas y post-apocalíptico, un mundo que invita, como un sistema operativo en mal funcionamiento, a ser reseteado y a recomenzar de nuevo. En la entrada de la Serpentine Sackler Gallery, casi bloqueando el paso, una elefanta gigante se inclinaba de espaldas al público enrollando una magnífica trompa bajo su cuerpo de arcilla.

Si en 1938 el reloj y la locomotora salían a punzar al espectador con su flecha del tiempo todavía arrojada al futuro promisorio de la técnica, casi un siglo más tarde, en la misma ciudad, la elefanta del rosarino pujaba en la dirección contraria, embistiendo un bastión militar británico en una ficción prospectiva, respuesta de la naturaleza a los afanes imperiales de conquista. (Speranza 14)

Si, desde el prólogo mismo de su libro, la autora nos propone este diálogo entre dos obras en principio tan dispares, es porque en ese gesto, el gesto de constelar sentidos y aventurar relaciones donde en principio no las hay, se halla la clave de lo que, como lectores, nos espera. Italo Calvino solía burlarse de aquellos que en el cielo no veían más que puntitos brillantes. Esos puntitos no son más que el principio de fabulosos y excéntricos dibujos que la humanidad ha ido explorando a través de milenios de tradiciones y culturas de las más diversas. No en vano la astrología, en cualquiera de sus expresiones, ha operado como un factor tan decisivo en las creaciones de innumerables artistas, músicos y poetas a lo largo y ancho (¿y por qué no profundo?) de la historia. La incertidumbre de nuestro presente, acechado por las transformaciones medioambientales que nuestras sociedades han desencadenado y por el colapso de todos nuestros valores civilizatorios (el culto del progreso o del anti-progreso de las sociedades de consumo y el naufragio casi simultáneo de toda palpable alternativa anticapitalista tras la caída del Muro y el derrumbe de la Unión Soviética), ciertamente conlleva una desesperada búsqueda de sentidos. La abrumante proliferación de sectas, religiones, cofradías y adivinos de todo tipo a la que asistimos hoy en día en el mundo tiene que ver sin dudas con ello. Pero no es éste el gesto al que nos referimos y al que nos invita la autora con su libro. Todo lo contrario. No se trata de calmar o apaciguar la incertidumbre del presente en pos de algún futuro revelado, sosegante y tranquilizador, sino de avivarla, de enardecerla, de abrir la herida misma con la convicción de que sólo allí puede hallarse nuestra esperanza. Es esta esperanza la que, si se me permite, evoca la autora desde su mismo apellido, y la que convoca el arte con sus múltiples e irreductibles temporalidades. Frente al presente absoluto y cuasi deificado que enaltece y celebra nuestra actual sociedad burguesa, extasiada con sus herramientas digitales y sus conexiones instantáneas, atada a una temporalidad única en donde el tiempo mismo pareciera haberse detenido, al arte viene a nombrar y a reclamar para sí nuevos territorios y nuevas temporalidades, a abrir un tajo en la superficie dúctil y descorporeizada (¿digitalizada diríamos?) de nuestra realidad. Es éste el núcleo fuerte del libro: «La rápida expansión de la sociedad de consumo, con sus ritmos cada vez más acelerados de producción y obsolescencia, y la revolución digital, con sus redes de conexión global inmediata y sus flujos virtuales de capitales financieros, comprimieron el tiempo en un presente devorador, instantáneo y efímero» (Speranza 15).

Frente a eso, el gesto violento y subversivo del arte. Pero no ya el arte entendido como un objeto más de consumo, como lo quieren muchas veces los gestores culturales, los administradores de becas, los organizadores de eventos o los promotores de la instrucción pública; no ya el arte como una mercancía fetichizada, dispuesta inertemente en las góndolas de esos supermercados etéreos que, muchas veces, son las galerías artísticas o las exposiciones, sino el arte entendido como una expresión del pensamiento, como un procedimiento de verdad, como el lugar de una confrontación subjetiva entre nosotros y el mundo. La autora cita un famoso verso de T. S. Eliot para dar cuenta de esta radicalidad. «Sólo a través del tiempo el tiempo se conquista» [«Only through time time is conquered»]. Y, efectivamente, se trata de un gesto violento, de un gesto de conquista, y por ende debe estar siempre situado y nunca perder de vista su lugar. Conquista del tiempo, o mejor dicho, de otras formas del tiempo, en un momento en donde el tiempo, precisamente, ha perdido su temporalidad. Arte y ficciones en un tiempo sin tiempo, reza el título de Graciela Speranza, pero se trata en realidad de arte y ficciones que resisten a ese tiempo sin tiempo en el que emergen, que se sublevan contra él y que inauguran y conquistan su propia temporalidad.

El libro consta de seis momentos: cuatro partes centrales, un prólogo y un epílogo. En todos ellos la autora convoca diversas obras, diversos artistas o autores, diversos lenguajes, e invita al lector a un sorprendente viaje a través de constelaciones inéditas y recién inauguradas. Robert Smithson, Agustín Fernández Mallo, Jorge Luis Borges, Peter Adolphsen, Patricio Pron, Amie Siegel, Richard McGuire, W. G. Sebald, Jorge Macchi, Christian Marclay, Don DeLillo, Francis Alÿs, Karl Ove Knausgård, Jean Echenoz, Lydia Davis, Anne Carson, Gabriel Orozco, Xu Bing y Diego Bianchi son simplemente algunos de los nombres que desfilan por las páginas del libro. Pero no lo hacen como un mero alarde de erudición, o como un fiel testimonio del vasto conocimiento de la autora (motivos de por sí destacables en un momento donde académicos de todo el mundo, en su afán de sumar puntos para sus respectivas carreras, han puesto en manos de las editoriales tantas investigaciones mediocres y tanta bibliografía huérfana de ideas), sino que su presencia está en función de esa conquista de nuevos sentidos, de nuevas temporalidades y nuevos territorios a la que nos referíamos más arriba. En todas y cada una de sus partes el libro nos interpela con su afán de búsqueda y nos insta a abandonar nuestras cómodas certezas y a reflexionar sobre nuestro mundo y sus particularidades. Y éste, a mi modesto juicio, es el gran mérito de la obra, porque, para retomar a Eliot (84), «human kind cannot bear very much reality». Es decir, la humanidad no puede soportar demasiada realidad, entendida ésta tal como se nos presenta en la vida cotidiana en nuestra actual sociedad de consumo. La humanidad necesita de otras realidades y la situación actual del mundo nos urge a encontrarlas pronto. He aquí donde el arte y la literatura tienen mucho para decirnos.

En sus Cantares Chinos, Ezra Pound (1040) se quejaba de que los «escritores están pagados de su propia importancia» («writers are full of their own importance») y ponía en boca de Han Siung su preferencia por aquellos que conocían las costumbres de la gente. El arte y la literatura lejos del mundo efectivamente carecen de sentido. Pero lo que Graciela Speranza viene a decirnos es que el arte y la literatura se dirigen al mundo no para establecerse cómodamente en él, sino para transgredirlo, para violentarlo, para alumbrar en él relaciones novedosas y constelaciones extrañas. He allí una vez más la convicción última que respalda la obra, un ensayo lúcido (borgeanamente lúcido) sobre los sentidos que el arte de nuestro siglo podría tener hoy para nosotros. «Se trata en todo caso de abrir el presente a otros tiempos, convertir la mezcla de fascinación y rechazo frente a la instantaneidad del mundo virtual en fuente de tensión creativa, volver a hacer de la experiencia una matriz de temporalidades conflictivas» (Speranza 212).

Como decía Hugo Claus en aquel hermoso poema dedicado a su amigo y artista plástico Paul de Lussanet, «Orfeo olvida», nosotros, después de todo, debemos vivir en nuestros actos, «wij moeten in onze daden leven» (286).

Bibliografía

  • Badiou, Alain. Teoría del sujeto. Trad. Juan Manuel Spinielli. Buenos Aires: Prometeo, 2008.
  • Claus, Hugo. Ik schrijf je neer. Amsterdam: De Bezige Bij, 2002.
  • Eliot, T. S. Cuatro cuartetos. Trad. Esteban Pujals Gesalí, Madrid: Cátedra, 1987.
  • Liscano, Juan. Nuevo mundo Orinoco. Buenos Aires: Alfa, 1976.
  • Pound, Eliot. Cantares completos. Trad. Javier Coy. Madrid: Cátedra, 1996.
  • Speranza, Graciela. Cronografías. Arte y ficciones en un tiempo sin tiempo. Barcelona: Anagrama, 2017.

Referencia electrónica

Fantín, Fernando Julio. «Cronografías: arte y ficciones de un tiempo sin tiempo de Graciela Speranza». Hyperborea. Revista de ensayo y creación 3 (2020): 332-337. https://www.hyperborea-labtis.org/es/paper/cronografias-arte-y-ficciones-de-un-tiempo-sin-tiempo-de-graciela-speranza-203


Imagen superior: fotograma de la película Melancholia de Lars von Trier, 2011.

Fecha de publicación
Publicación Hyperborea
Número 03