Manchas de humedad de Rodolfo Reyes Macaya


I.- Para una historia del viento

 

 

Ella hizo una manda hace veinte inviernos

aunque perdió tres cáscaras bajo la piel

nunca quiso tocar el tema

Recorrían estancias hasta detenerse

frente a manchas en las paredes de la pieza

Compraban huevos trizados

guardaban carne en la nieve

Un día se echó una manta sobre los hombros

y les dio la espalda a los mallines

A él lo componía un uniforme azul para desfiles

y otro verde para las guardias

aviones, las hélices del Twin Otter

que ves pasar desde la tierra y entrar a los hangares

 

 

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Antes de empañarse

la última imagen que vio

montaña escarpada y liquen

se abren chales de cardos en otras laderas

sueños sin imágenes, jaibas en la orilla

él inauguró un centro de belleza

conocía perfectamente la fealdad

y perdió casi todo, lo que más quería

Serenidad, escribir en la arena

dejar que el viento lo borre

 

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II.- Manchas de humedad

 

Los matorrales rasguñan el envoltorio del paisaje

caras sin nombre, anotaciones sin leer

dormir conejo, despertar tortuga

algo perdurable, no roca que se vuelve arena

una ola rompería rostros recortados por el sol

decisiones incorrectas, caminos difíciles

al lado de la funeraria habría un local de lotería

le gustaría antes irse lejos donde la tierra no se moviera

Tres clases de personas había para ella

las que vuelven al comienzo, las que corren al final

y aquellas que desaparecen entremedio

como si recién hubieran nacido

 

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Metes tus manos en el abrigo

acaricias una foto

en su reverso dice Valdivia 1960

Alguien podría pensar

en olas que no fueron hechas por el viento

cartas mojadas

amantes arrasados en acción

hombres que buscan a sus hijos entre cochayuyos

lobos de mar que andan por las calles

una anciana con su gato a cuestas

Estamos muy solos

para darnos el lujo de permanecer quietos

Una imagen ya no es un soporte de memoria

sino una resignación

La naturaleza no es amable, decía Lao Tsé

trata a las personas como perros de paja

En realidad, tu foto nada tiene que ver con eso

Como toda plenitud es ambigua

dice Valdivia 1960

pero fue tomada en Pichilemu 1994

En ella dos niños corren frente al mar

 

 

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1. Quise detenerme en el momento en que uno toma aire para contar algo y no cuenta nada. Mis días son señales de humo sobre este colchón, donde escribo notas que voy pegando en la pared.

 

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2. Mis sábanas tendidas al sol, agujereadas por el pucho. Es domingo. El ficus está mustio y la ropa, sucia. Nerón tiene pulgas. No siempre viví así. Me acuerdo de cuando el presente era la monotonía perfecta de mi nombre, susurrado torpemente para levantarme y ponerme la ropa.

 

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5. Acepté cuidar a Nerón para pasar el frío o simplemente porque aquí podía estar quieto mientras el viento golpeaba las ventanas. Quedan dos paquetes de fideos en la despensa. Arrastro mis pies. Me agazapo entre las cortinas. Las cosas brillan empapadas por la lluvia. Veo a mis vecinos: Irene y Marcelo. Una vez tocaron a la puerta. No quise dejarlos entrar. Hacerlo habría sido evidenciar mi condición de jaiba que huye del tsunami. Conversamos afuera. Marcelo intentó estrecharme la mano. Dijo que era veterinario y que tenía su consulta a solo tres cuadras. Irene habló muy poco. Ya sabes, cualquier cosa que necesites, etc.

 

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7. Intento no moverme. No bañarme. Observar una pared es suficiente. Rasguño el envoltorio del paisaje. Creo haberlo visto todo a través de ella. Cuando me aburro de la pared, está la ventana. Miro entre las cortinas. ¿Qué veo? Niños jugando. ¿A qué juegan? Es otoño. Aplastan las hojas. No oigo el crujido. Se ríen. Corren en círculos. De pronto Marcelo, el vecino, aparece en escena y me dirige una mirada desde la calle. ¿Me ve? Supongo que no. Se hurga la nariz. O tal vez me ve y hace ese gesto para despistarme.

 

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8. Se acerca el invierno. En la cocina hay hormigas. Me acuerdo de un cuento indio. ¿Cómo lo aprendí? Me lo contaba mi mamá. A ratos intento acordarme. ¿Cómo era? No recuerdo. Aparecían hormigas. No importa.

 

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9. Nerón está enfermo. Paso horas en el colchón. Clavo mi vida sobre manchas de humedad. Veo una playa desierta en la pared, un cielo salpicado por nubes.

 

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12. Me recostaré. Nerón, cada vez más enfermo. Tiene fiebre. Jadea. No hay modo de hacer que la nada se retraiga, pero su dolor podría desaparecer si vamos juntos al veterinario.

 

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16. Marcelo, el vecino veterinario, está fumando afuera cuando llego con Nerón. Entramos. Lo examina. Hace un diagnóstico rápido. Me palmotea la espalda. Habla de las bondades de la eutanasia. Dice que no hay otro camino. Me encojo de hombros. En una jaula hay un gato pelado. También hay un terrario con luz ultravioleta donde duerme una tortuga. Marcelo prepara la inyección. En la radio suenan Los Beatles.

 

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17. Quise detenerme en el momento en que uno toma aliento para contar algo y no cuenta nada. Finalmente no pude resistir a la tentación y terminé contándolo todo. Da lo mismo. Más tarde cavaré un agujero en el jardín. Aunque esté pálido y me duela la garganta, enterraré a Nerón. Luego, por si las moscas, adoptaré a otro perro. Tal vez un gato. Nadie notará la diferencia.

 

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20. Leo para matar el tiempo o lo hago porque es lo único que sé hacer. Leo los viejos libros de mis amigos que se fueron y me dejaron a cargo de su perro. Leo sobre Czapski. Artista polaco y capitán de caballería durante la Segunda Guerra. Capturado por los soviéticos, dio conferencias sobre Proust entre los piojos del Gulag. Carecía de un ejemplar de En busca del tiempo perdido (que había leído durante una convalecencia por el tifus), entonces habló de memoria sobre un libro que trata sobre la memoria.

 

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III.- Semillas de cardo

 

Sombras recortadas por la bruma

hicieron dedo a la playa

ella frotaba las manos

los párpados susurraban

encendía una colilla contra el viento

la había conocido adicta al sol

al borde de una acequia

manos gruesas y morenas entraban al saco

el grano caía al pie del espantapájaros

lo recuerdo ahora insomne entre zancudos

un misionero estriado de venillas

nos dejó al bajar la cuesta frente a dos yeguas

hocicos en morrales repletos de avena

miles de alternativas dejábamos atrás

un puñado de ramas en el fuego

humo, poca lumbre y animales muertos

 

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La garúa moja las ramas torcidas

no me sé los nombres de los árboles

hace días que no veo a nadie

leer sobre una mesa de madera sin calefacción

mirar el vuelo de una polilla frente a la pared

tomar aire para contar algo, no contar nada

quien esperabas está aquí, quiere hablar contigo

no habrá días grises, eso no pasa en esta historia

mi vecino perdió la voluntad de seguir adelante

 

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Medio cubierta por una sábana

me hablabas sobre la forma 

que tiene el yacaré de cazar

inmóvil, abierto el hocico

hasta que pase algo

 

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El crepitar de mi aliento

dos paquetes de fideos

la misma ropa todos los días

un mendigo dirige el tránsito en la lluvia

arroja una piedra en el pasado

quema pastizales apoyado en el rastrillo

el mundo se te escapa cuando quieres entregarlo todo

las heridas se vuelven cicatrices

como semillas de cardo, el viento nos esparce

 

 

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Libro_Manchas
Portada del libro Manchas de humedad de Rodolfo Reyes Macaya (Santiago de Chile, 2019)

 

 

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Selección de Francisca Toledo Candia, extraída de Rodolfo Reyes Macaya, Manchas de humedad. Santiago de Chile: Jámpster Libros, 2019.

Agradecemos a la editorial Jámpster Libros la amable autorización para reproducir estos textos en Hyperborea. Revista de ensayo y creación.


Referencia electrónica

Toledo Candia, Francisca. «Manchas de humedad de Rodolfo Reyes Macaya». Hyperborea. Revista de ensayo y creación 3 (2020): 260-285. https://www.hyperborea-labtis.org/es/paper/manchas-de-humedad-de-rodolfo-reyes-macaya-196

Fecha de publicación
Publicación Hyperborea
Número 03