Operaciones de traducción

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Operaciones de traducción

Ximena Espeche
Centro de Historia Intelectual
Universidad Nacional de Quilmes
CONICET


 

El libro El siglo de la Revolución propone estudiar «las relaciones múltiples, indirectas y abiertas entre ciertos aspectos vinculados al acontecimiento de la Revolución Francesa y la literatura del siglo XIX» (Cristófalo y Bernini 8). Lo hace a partir de tres ejes conceptuales: teatralidad (un sujeto histórico nuevo y su performance en la escena política), secularización (la relación entre autoridad divina, secular, mito y política) y lenguaje nuevo (la invención de un mundo político nuevo y la pervivencia de un lenguaje anterior para nombrarlo y a la vez, paradojalmente, obturarlo). La propuesta de este libro está enmarcada en un proyecto de investigación colectivo, de largo aliento y vinculado a la cátedra de Literatura del Siglo XIX (Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires) que tuvo ya otros avances sobre el mismo tema en dos volúmenes anteriores (Ledesma y Castelló-Jouvert, 2012).

Pero, si esos dos primeros libros estaban consagrados a reponer fuentes, documentos y a traducir textos literarios y críticos, y así gracias a esta apuesta contamos con traducciones de textos de William Blake, Victor Hugo, Honoré de Balzac, entre otros, en El siglo de la Revolución, textos literarios, textos críticos, y traducciones potencian esa primera aproximación que había sido enunciada del siguiente modo: «La Revolución, por así decir, abre un campo urgente de comparación entre tradiciones» y esto «obliga a un complejo debate de interpretación y lectura» (Cristófalo 6-7). A lo largo de El siglo de la Revolución siempre hay un intento de especificar la materialidad e historicidad de las producciones y, con menor insistencia, las trayectorias autorales (Sade, Jean-Jacques Rousseau, Gustave Flaubert, por ejemplo).

Los capítulos analizan entonces las diversas formas en que la literatura europea decimonónica procesó, y es imposible de pensar sin, la revolución francesa. Así, estudia desde diferentes perspectivas objetos literarios disímiles (entre otros: Bouvard y Pécuchet; Historia de dos ciudades, Hyperion, Matrimonio del cielo y del infierno, La cacatúa verde, los apuntes para Drama de la revolución) pero que, sin embargo, a pesar de su diferencia están tramados por el impacto de ese acontecimiento.

Propongo un abordaje en tres momentos. En el primero, me detengo en la cuestión de la traducción, uno de los ejes conceptuales de todo el proyecto de investigación; en el segundo, quiero analizar cómo varios de los trabajos atienden a lo que Raymond Williams llamó «tradiciones selectivas», y cómo en todo el libro hay una extrema atención a las condiciones históricas de producción de esas narrativas sobre la revolución; y, en el tercero, estudio muy brevemente cómo varios de los textos desarrollan el vínculo entre lo nuevo, la violencia y la representación.

Como decía, si bien los ejes conceptuales que mencioné organizan el libro en tres partes, hay otro que es una constante: el de la traducción. Entendida tanto en su condición literal como metafórica (traducir de una lengua a otra; traducir una práctica, la revolución); y también como modo de abordar la circulación de saberes. Esta circulación nunca es simétrica, ni estable, ni está exenta de conflictos. Se trata de dar carnadura a ciertas operaciones de traducción; ellas son parte del enfoque general de todos los capítulos. En definitiva, de comprender esas operaciones de traducción como lo que son: operaciones sociales muy concretas. [1]

En la muy buena introducción al libro, Emilio Bernini y Américo Cristófalo recuerdan El XVIII Brumario de Luis Bonaparte para explicar el eje del «lenguaje nuevo». Pero me parece que la referencia relativa al «lenguaje nuevo» y vinculada a ese panfleto de Karl Marx, avanza también sobre los otros ejes, y permite comprender mejor el interés sobre la traducción de una revolución en todo el libro. En ese texto, Marx evaluó negativamente los sucesos enmarcados entre 1848-1851 considerando cómo habían abandonado la construcción real de un mundo nuevo. Sobre ellos se había posado el espectro de la revolución francesa, un idioma fantasma: «Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de producir libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lengua natal» (10). La metáfora de la búsqueda de un nuevo lenguaje político a partir del problema de la traducción es relevante en lo que concierne a la tensión entre pasado y futuro: «la revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir».

La idea de un lenguaje, llamémosle zombie, es uno de los principales problemas en quienes, como el propio Marx, prestaban muchísima atención a la materialidad de las ideas y a su circulación. [2] ¿Cómo hacer circular esos lenguajes y esas prácticas revolucionarias sin perder el horizonte utópico del que surgieron y que añoran, pero a la vez, sin volver abstractas las condiciones materiales que las hicieron posibles? [3] Una pregunta similar nos debemos hacer cuando queremos recomponer el impacto de un acontecimiento, la definición misma de acontecimiento, la circulación de saberes y prácticas ligados a él. A lo que voy, el libro El siglo de la Revolución opera mostrando las complejidades de la relación entre palabra y acción.

Los capítulos abordan esa pregunta sobre la traducción de una revolución a partir de lo que considero un interesante desvío. Me refiero a la reposición de, en palabras de Williams, ciertas tradiciones selectivas: cómo es posible la producción de una visión selectiva de un pasado configurativo y de un presente configurado, que «resulta poderosamente operativo dentro del proceso de definición e identificación cultural y social». A toda tradición selectiva se la presenta en general con éxito como la tradición, como el pasado significativo, y ofrece un «sentido de predispuesta continuidad» cuyo objeto es ratificar el presente indicando las direcciones del futuro (137-139). Las tradiciones selectivas funcionan dentro de un combate por la hegemonía.

Tomo solo algunos ejemplos: Martín Rodríguez Baigorria apunta directamente a esto cuando afirma en el capítulo dedicado a una particular lectura del Hyperion de Hölderlin que: «El debate sobre la Revolución se hallaba ante todo tamizado por un conjunto particular de discusiones políticas y culturales previamente existentes en Alemania a fines del XVIII (Bernini y Cristófalo 167)». O insiste en que la «discusión sobre la revolución se halla supeditada ante todo a los distintos modelos de sociabilidad emancipatoria enfrentados en el ámbito de la cultura burguesa» (183). Es decir, a una disputa por la hegemonía sobre el sentido y alcances de la revolución.

En el capítulo «Un banquete de letras en el chiquero de los cerdos. Edmund Burke y la recepción de la Revolución francesa en Inglaterra», Laura Gavilán se detiene en el combate por la hegemonía a partir de los discursos acerca de las prácticas del «populacho», y la asignación de roles y funciones —y los límites— de hasta dónde llegarán esos otros que han tomado, además de las calles, las imágenes con las que definir un mundo nuevo. Bernini, en «Futuro anterior. Rousseau en la Revolución Francesa (Madame de Staël, Madame Roland, Robespierre)», aborda con mucha sutileza los modos en que esos tres personajes leen, se apropian de la figura y textos de Rousseau, fundando paradojalmente un pasado que es ya, futuro, —una teleología— en el que la correspondencia funciona también como institución de «correspondencias» con Rousseau. Legitiman su palabra y su acción en una suerte de danza de distancia y cercanía con dicha figura.

Magdalena Cámpora, por su parte, se detiene en cómo Jorge Luis Borges y André Breton analizan la figura y producción de Arthur Rimbaud respecto de la Comuna de París. La diferencia es clave porque se extiende a cómo cada uno de esos autores explica la relación entre literatura y política, y allí evalúa la función del escritor (una cuestión central enunciada mucho más adelante como «compromiso político» y que tendrá enorme importancia en torno de la revolución cubana, por ejemplo). Aquí me pregunto si George Sorel no será también uno de los autores que está tensando esa lectura de Borges y Breton sobre la relación cultura-política, mediada por una violencia considerada necesaria.

Tanto en la introducción, como en la organización del libro en tres partes, hay un intento de exponer la contradicción, la complejidad, el entrevero de todo proceso revolucionario. Si hay algo que El siglo de la Revolución pone en primer plano es la imposibilidad de pensar la revolución desgranando agentes aislados: ni los géneros, ni la política están aislados por más que, en efecto, cada capítulo haga hincapié en los determinantes de la historicidad textual, y de lo que el texto no encierra, pero soporta, su propio tiempo de enunciación. [4] En el capítulo de Carolina Ramallo «Glorias que son barbarie» —el único donde se plantea una comparación entre una obra no europea y otra que sí lo es—, hay un intento por comprender los modos en que Victor Hugo y Sarmiento definen la relación entre romanticismo, la circulación de la noción «grande hombre» y su proliferación en el análisis social y político comparativamente entre el autor francés y el sanjuanino: el vínculo entre acción, representación o, en otro par desplegado en el capítulo, entre la letra y la sangre.

Sobre esa historicidad textual también avanza el trabajo de Luciana Del Gizzo: los tiempos múltiples que juegan en Matrimonio del cielo y el infierno de Blake son tiempos espaciales, como un recordatorio de que la revolución necesariamente debe fundar su tiempo y su espacio —y en qué medida esa fundación apela y de qué modo a una mitología particular (Saítta 11). O también, sobre esa historicidad Valeria Castelló-Jouvert sostiene una la lectura sobre el análisis que hiciera Claudio Magris sobre la obra de Hugo von Hofsmannthal. La autora descompone los presupuestos de Magris (el «mito habsbúrgico») mirando en espejo la radicalidad expresada en la obra de Arthur Schnitzler respecto del vínculo entre ser y parecer de la revolución. En el seguimiento cuerpo a cuerpo de las operaciones de todos esos autores, Castelló-Jouvert obliga a mirar las selecciones que realiza cada uno en su diferente valoración del presente, del pasado y de la tradición, atendiendo a una temporalidad específica y que impacta en los modos en que imaginan la representación (del pasado, de la revolución, del presente y de la historia) y su legitimidad estético-política.

El capítulo de Violeta Percia sobre la valoración que hace Stéphane Mallarmé de la apuesta estética wagneriana va en ese mismo sentido: presta atención a la enérgica distancia que sostiene Mallarmé respecto de la funcionalidad creativa del mito en Richard Wagner. Como si dijéramos que Mallarmé deniega ese «más allá» wagneriano porque no está fundado en el «más acá» del lenguaje mismo, al que considera finalmente el sostén de toda acción creativa.

En varios de los capítulos el análisis está centrado en el problema del origen: desde dónde y hasta cuándo la Revolución. Y cómo ese desde dónde y hasta cuándo se superpone con una cualidad nueva dada a lo nuevo. Y a lo nuevo nacido desde la violencia, considerada necesaria, de la Revolución. En este sentido, los capítulos de Cristófalo, Américo Sverdloff, Jerónimo Ledesma, Jorge Caputo y Agustina Lojoya Facchia trabajan analizando el vínculo entre novedad y violencia, y también sobre el fetiche de la novedad y de la violencia. Allí entra entonces el seguimiento de la relación entre historia y literatura en el capítulo sobre Bouvard y Pécuchet que analizan Caputo y Lojoya Fracchia, esa «dimensión teatral inherente a la revolución y al Segundo Imperio» (250), el aspecto ridículo y cómico donde «La política de la cita, el teatro y el espiritismo replican a su modo la estructura repetitiva del devenir histórico; son las marcas de una recurrencia del tiempo en la que los hombres están inevitablemente atrapados» —desde 1789— (270). Pero también encontramos una reflexión en torno de la violencia en el análisis que hace Cristófalo. En su capítulo muestra cómo Sade, en su afán por su hacer literal los preceptos revolucionarios, instaura una paradoja: una violencia tragicómica que hace estallar el valor moral de la pedagogía revolucionaria. En su análisis de À rebours, a su vez, Sverdloff apunta cómo en esa novela: «Estamos ante una violencia confinada al ámbito de la representación, que es como una parodia maliciosa de la violencia histórica del siglo XIX» (304). Me pregunto si otra posible clave de análisis sería mirar que en À rebours lo que hay es la homologación de la representación en política como falsedad, que podría unir así también paradojalmente, la figura de Des Esseintes con la de Robespierre.

Por su parte, Ledesma aborda la cuestión de la violencia revolucionaria en relación con la memoria, a partir de una relectura a contrapelo de Historia de dos ciudades de Dickens. Según Ledesma, ese relato expresa cómo la paz victoriana está sostenida en la memoria de la violencia revolucionaria. Recordar la violencia pasada para asegurar la paz presente y futura. Me pregunto, extendiendo un poco más allá la línea de análisis que propone Ledesma, cuánto de esa historia que cuenta Dickens está también posibilitada por todas esas otras violencias que son parte de la era victoriana. Y que, además, están situadas menos en la memoria de la revolución que en el presente negado del imperio, que Edward Said (1993) estudiara tan bien en Cultura e imperialismo.

Este libro, hemos visto, constituye un aporte a los trabajos que estudian el impacto de la revolución en planos superpuestos. [5] Nos lleva también a revisar en qué medida, quienes investigamos las revoluciones en América Latina del siglo XX, tenemos que volver una y otra vez a las del siglo XIX, además de la francesa en la que las del XIX buscaron su imagen y semejanza. Cómo analizar ciertos tópicos que han sido retomados una y otra vez cuya marca está presente, como palimpsesto en la circulación de saberes y prácticas de las revoluciones posteriores.

Notas

[1] Véase, por ejemplo, el planteo de Horacio Tarcus respecto de la circulación de El Capital en el Río de la Plata en Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y científicos. Buenos Aires: Siglo XXI, 2007.

[2] Por razones de espacio no incorporo aquí una deriva que sí estuvo en la presentación del libro vinculada al relato «Sarmiento Zombie» de Michèlle Nieva en ¿Sueñan los androides con ñandúes eléctricos? Buenos Aires: Santiago Arcos, 2013.

[3] Véase al respecto el trabajo de Mariano Zarowski que historiza en los escritos de Antonio Gramsci el uso de la metáfora de la traducción (en particular la posibilidad de «traducción» de la experiencia de los soviets en Italia). «Gramsci y la traducción. Génesis y alcances de una metáfora». Prismas - Revista de Historia Intelectual 17. 1 (junio 2013): 49-66.

[4] Sobre el «agente aislado», véase Terry Eagleton. «Prefacio». Kristin Ross. El surgimiento del espacio social. Rimbaud y la Comuna de París. Barcelona: Akal, 2008. 5-17.

[5] Véase, entre otros, el reciente volumen compilado por Fabio Wasserman. Tiempos críticos. Historia, revolución y temporalidad en el mundo iberoamericano (XVIII-XIX). Buenos Aires: Prometeo, 2021.

Bibliografía

  • Cristófalo, Américo. «Introducción». Ledesma Jerónimo y Castelló-Jouvert Valeria Coords. Revolución y literatura en el siglo diecinueve. Fuentes, documentos, textos críticos. 2 Vols. Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2012.
  • Cristófalo, Américo y Emilio Bernini Eds. El siglo de la Revolución. Teatralidad, secularización, lenguaje nuevo. Buenos Aires: Santiago Arcos, 2020. http://repositorio.filo.uba.ar/handle/filodigital/15134(24/02/22).
  • Ledesma, Jerónimo y Valeria Castelló-Jouvert Coords. Revolución y literatura en el siglo diecinueve. Fuentes, documentos, textos críticos. 2 Vols. Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 2012.
  • Said, Edward. Cultura e imperialismo. Barcelona: Anagrama, 1993.
  • Saítta, Sylvia. Hacia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda, Buenos Aires: FCE, 2007.
  • Williams, Raymond. Marxismo y literatura, Barcelona: Península, 1980.

Con algunas modificaciones, con este texto participé en la presentación virtual del libro El siglo de la Revolución el 31 de agosto de 2022.

 

Referencia electrónica

Espeche, Ximena. «Operaciones de traducción». Hyperborea. Revista de ensayo y creación. 5 (2022): 209-215. https://www.hyperborea-labtis.org/es/paper/operaciones-de-traduccion-294

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.7429936

 

Imagen superior:  detalle de «Dialogue» (1793), Collection de Vinck. Un siècle d'histoire de France par l'estampe, 1770-1870, vol. 31 (Archivos de la BNF)

Publicación Hyperborea
Número 05